La primera diviniza la jugabilidad por encima de todo, la segunda ve en el software lúdico un medio para la expresión narrativa. Un puñado de obras maestras logra destacar en ambas tendencias, pero son muchas más las que en el intento fracasan en ambos frentes.
Como corresponde a su género, Dreamfall es más una historia contada de manera interactiva que un juego que se apoya en una fábula. Visto así, sus pecados son en su mayoría veniales y sus virtudes lo hacen brillar.
Cuéntame un cuento
The Longest Journey se centraba en la primera aventura de April Ryan, una adolescente que descubre a través de sus sueños que es capaz de viajar entre dos realidades diferentes: Arcadia y Stark, el mundo de la magia y nuestro mundo en siglo XXIII. Una fuerza maligna amenaza con destruir el precario equilibrio entre ambos, pero April se las ingenia para salvar ambos universos.
En Dreamfall los años han pasado y April no ha querido abandonar Arcadia, es más, se ha convertido en una líder destacada de la resistencia contra una invasión procedente de una nación que destaca por su fanatismo religioso y militarización. En estas circunstancias la señorita Ryan ha madurado, pero también se ha hecho más pragmática y cínica.
Mientras, en Stark, Zöe Valdés está perdida en sí misma cuando comienza a tener visiones en las que aparece una niña a lo Ring (pero menos terrorífica) que la exhorta a salvar a April. Con estos ingredientes comienza una compleja y absorbente historia que destaca por encima de la inmensa mayoría de relatos que uno puede encontrar en cualquier videojuego, tanto por su calidad como por la habilidad como es contada y van convergiendo los diferentes aspectos de una trama que abunda en conspiraciones. Eso sí, los tópicos no faltan.
No te preocupes por el idioma, la localización al castellano es completa y más que correcta.
Por cierto, no esperes un final absoluto que se adorne con sonrisas Profiden y un banquete de perdices. Todo indica que habrá una tercera parte que ate los cabos sueltos que deja Dreamfall.
Viajando
Probablemente The Longest Journey fue el canto de cisne de las clásicas aventuras en 2D de Point & Click. Tal fórmula dio unos resultados estupendos, pero el tiempo no perdona y los cambios son imprescindibles para revitalizar el género. Así que Ragnar Tørnquist y sus colegas de Funcom han tenido que devanarse los sesos para hacer una puesta al día de la saga sin perder su espíritu original. Y en buena medida lo han conseguido.
Para empezar, saltar a las 3D supone escoger entre perder el preciosismo de los fondos prerrenderizados o el uso de un motor gráfico que reduciría el ámbito de posibles jugadores a una minoría poseedora de hardware de última generación, además de unos costes de desarrollo desmesurados. Como casi siempre, la solución se ha encontrado en un punto equilibrado: gráficos en 3D más que correctos (no especialmente atractivos, pero solventes) con requisitos mínimos razonables. Por cierto, ya que hablamos de dinero hay que destacar que el Ministro de Cultura francés, quien recientemente ha declarado que los juegos electrónicos han de ser considerados como un medio de expresión artística y como tal han de ser apoyados por las instituciones públicas, no ha inventado nada. El Gobierno Noruego sí lo hizo al subvencionar generosamente esta superproducción que nos ocupa. Doña Carmen Calvo, esperamos conocer su opinión al respecto.
El paso a la tridimensionalidad ha supuesto en algunos casos (Broken Sword III) el transformar aventuras muy queridas en títulos que emulan a la saga Tomb Raider con mayor o menor fortuna. No es el caso de Dreamfall, pero poco le ha faltado. No abundan las plataformas ni las pruebas de habilidad (tampoco los puzzles, no habría sobrado alguno más de los que hay) pero sí se han añadido con cierta torpeza los combates cuerpo a cuerpo. Y, por favor, que no se entienda esto como un alegato a favor de complicar el asunto hasta hacer de la presumible tercera parte un mediocre beat’em up, sino como una crítica por ser estos caóticos y superfluos en ciertas circunstancias (que no en todas).
Además de a April Ryan y a Zöe Valdés, estupendas damiselas de armas tomar, controlamos a Kian, poderoso guerrero que supone el contrapunto perfecto de ambas. Cambiar de personaje supone sencillamente acceder a la historia desde puntos de vista diferentes, por lo que no se puede hacer a voluntad y no tiene grandes repercusiones en la jugabilidad.
Antes hablábamos acerca de dos maneras de entender el ocio electrónico. E principal pecado de la escuela narrativa suele ser la sobreabundancia de escenas cinemáticas, y este título no es una excepción.
Funcom ha aportado con este juego una refrescante solución al problema del píxel haunting (recorrer el escenario con el puntero del ratón en busca de algo con lo que interactuar cuando nos quedamos sin ideas y no logramos avanzar). Consiste en un campo de visión especial que podemos activar para explorar ágilmente cierta área u objeto específico. La idea es genial y su aplicación es efectiva, aunque seguramente veamos en juegos futuros versiones mejoradas y mejor aprovechadas de este sistema.
Artísticamente, estamos ante un producto notable y vibrante por momentos, tanto en el diseño visual como en la banda sonora, que contiene algunos temas merecedores de ser escuchados más allá de las horas de juego.
En resumen
Pese a sus defectos, estamos ante la gran aventura de este año y ante un argumento sobresaliente, razones más que suficientes para hacer de esta secuela una compra obligada para los viejos aventureros y una forma fantástica de acceder a un género maravilloso.
Lo mejor: La historia y la banda sonora.
Lo peor: Demasiadas escenas cinemáticas, combates algo caóticos.
Alternativas:
• The Longest Journey
• Syberia