Cualquier usuario mínimamente lego en el mundo de los videojuegos sabe de la gran popularidad de éstos en diversos países asiáticos. La afición es tal, que hay competiciones y jugadores profesionales, esponsorizados y protagonistas de torneos televisados. En Corea del Sur se investiga ahora competiciones que podrían haber sido amañadas por la aceptación de sobornos por parte de jugadores y entrenadores (sí, también hay entrenadores). La noticia no es tan relevante por el hecho de los presuntos sobornos, algo a lo que está expuesta cualquier actividad que genere interés y mueva dinero, como el fútbol en Europa, sino porque remarca la inmensa distancia tecnológica (e ideológica, si me permitís) que separa algunos países de España, donde se vive un momento que, con optimismo, se puede ver como la consagración de las consolas, los juegos y, en definitva, el ocio digital. Es perfectamente posible que a muchos les parezca exagerado el hecho de competiciones profesionales de videojuegos, pero no es menos obvio que es injusto tachar a este modo de ocio un entretenimiento de segunda, de jóvenes o sólo de frikies.
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