Nota de prensa n: 2203 / 13-9-2007:

Friendware: Tabula Rasa y Sarah Morrison


Sarah comienza…

El calor de las brasas se sentía bien contra la piel. Sarah Morrison cuidaba de que los carbones encendidos no prendieran en llamas, ya que algo más que un ligero resplandor podía revelar su posición. Había estado buscando durante casi una hora antes de encontrar este lugar y no pensaba ir de caza antes de estar lista. No es como si comer raíz asada de cala fuera a ser mejor que comerla cruda, era casi tan amarga. El fuego era más para calentarse, ya que Foreas podía ser muy fría de noche, y las ascuas encendidas despedían el suficiente calor como para alejar ese frío.

También hacía frío la noche que los Bane atacaron. Un extraño ceño fruncido cruzó la cara de Sarah, curtida por las muchas batallas que había librado, mientras recordaba una vida que más parecía la de otra persona. Recordaba haber lamentado no coger una chaqueta de cuero antes de salir de casa aquella noche. Por aquel entonces tenía 19 años, y como todos a esa edad, Sarah estaba más interesada en pasarselo bien que en las arbitrarias reglas de los toques de queda. Sólo porque aún seguía viviendo en el nido familiar mientras hacía novillos en el colegio, sólo porque su tres hermanos menores estaban bajo el toque de queda no significaba que su padre tuviera derecho a coartar su libertad. Pero lo intentaba. Es que simplemente no le gustaban sus amigos, pensaba para sí misma mientras se colaba por la ventana, avanzando lentamente y en silencio junto al muro de la casa y entraba en el patio trasero. Se había convertido en toda una experta en salir sin ser vista, algo de lo que había estado muy orgullosa por aquel entonces.
-- Publicidad --

Sarah y su padre acababan de tener una de sus riñas semanales sobre su "pobre elección de amigos". La noche de cine había sido una tradición familiar desde antes de que su madre muriera... una que su padre ponía mucho cuidado en continuar cada semana. No es que no fuera divertido. La encantaba pasar tiempo con sus hermanos pequeños. Pero ella era joven y la noche estaba llena de aventuras. Además sus amigos pensarían que era una perdedora si se quedaba en casa con su familia cuando podía estar con ellos metiéndose en líos. Así que se precipitó hacia su habitación, algo que se había convertido en una especie de ritual semanal. Y una vez que escuchó los títulos de crédito de la película procedentes de la sala de estar, ya estaba fuera. Libre para hacer todo lo que se le antojara. Cuando estuvo bien lejos de la casa, Sarah aminoró su paso y sonrió mientras se acercaba a la esquina donde Alicia la recogería. Había una banda tocando unas calles más abajo, en un club al que siempre se las arreglaban para entrar sin tener que enseñar la identificación, y eso sólo por coquetear con el portero. Levantó la vista hacia el cielo despejado de la noche y pensó que había visto un meteoro pasar como un rayo. En aquel momento, recordó algo sobre que eso era un buen agüero. Por lo visto, no lo era.

El leve zumbido de una nave Bane sacó a Sarah de ese viaje por los recuerdos del pasado. Cerró sus ojos azules y simplemente escuchó. Por como sonaba, aún parecía estar bastante lejos, lo cual era una buena señal porque significaba un poco más de tiempo para alejarse de allí. No es que no estuviera acostumbrada a noches sin dormir e interminables caminatas. Su entrenamiento en los AFS la había enseñado cómo pasar desapercibida y era toda una experta en eso. Pero es difícil no ser vista cuando llegas en una nave con el resto del equipo. Así que en la mayoría de las misiones viajaba sola, poniéndose a cubierto con todo aquello que pudiera encontrar. Y para ser sinceros, prefería ir de esa forma. La gustaba la gente que luchaba con ella codo con codo y ese sentimiento era mutuo. Pero nunca se había permitido acercarse demasiado a nadie. No desde aquella fatídica noche. Sarah viajaba ligera cuando estaba en una misión, llevando solo lo que necesitaba encontrando todo lo que la hacia falta por el camino. Como comida. Hizo una mueca mientras se acababa la raíz de cala y se quitaba el mal sabor con el agua que quedaba. Tenía que encontrar más y pronto. Algunas veces se admiraba de lo fuerte que se había hecho desde que todo aquello empezó. Y pensar que una vez le tenía miedo a las arañas. Esas cosas carecen de importancia cuando dependes de ellas para sobrevivir. La guerra lo cambió todo. La persona en la que se había convertido no tenía nada que ver con la que había dejado atrás en una Tierra abrasada tras la invasión.

Creció en un barrio de clase media, su padre trabajaba como ingeniero mientras su madre se quedaba en casa con los niños... bueno, hasta que murió. Rebecca Morrison había sido la perfecta ama de casa, pero un tumor cerebral se la llevó cuando Sarah tenía sólo doce años. Ella había intentado ocupar el lugar de su madre durante un tiempo, cuidando de sus hermanos y haciendose cargo de la casa. Pero a Sarah la gustaban más las cosas de chicos, era más cómodo subirse a los árboles y pasar el rato fuera con sus hermanos, así que llevar el delantal nunca había sido lo suyo. Para cuando entró en el instituto, cada vez pasaba más y más tiempo lejos de casa. Para ella, su casa se había convertido en un lugar en el que descansar sus pobres huesos tras una fiesta y aunque seguía estando cerca de sus hermanos, las constantes disputas sobre las malas notas, su elección de amigos y su mal comportamiento crearon una tirantez en la relación con su padre.

Sarah y su padre nunca habían tenido la oportunidad de reconciliarse. Durante la primera oleada de ataques la noche de la Invasión, ella se encontraba escondida con extraños en el nivel inferior de un aparcamiento mientras su hogar era reducido a cenizas; su padre y sus hermanos atrapados en su interior. Para cuando consiguió llegar a casa, no quedaba nada salvo cenizas y cuerpos carbonizados.

Sarah respiró profundamente y alejo de su mente los recuerdos de esa noche. Durante las semanas que siguieron, mucha más gente murió mientras patrullas Thrax andaban en la zona en busca de supervivientes. Alicia no lo consiguió, y tampoco nadie de los que ella conocía. Hasta donde podía contar, esa vida y la gente que estaba en ella se habían desvanecido para siempre. Hoy, ni siquiera dos años después, Sarah Morrison se había convertido en sargento de los AFS, y de camino a infiltrarse en una base Bane. Su objetivo era hacer retroceder a esos bastardos. Cada centímetro de suelo que recorría era otro paso más hacia su hogar. Cada base Bane que ayudaba a eliminar y cada Bane muerto era un paso más hacia la libertad. Arrojó algo de tierra a las brasas encendidas, extinguiendo su calor y comprobó su rifle antes de ponérselol al hombro junto con su espada. “No hay descanso para los demonios", pensaba mientras una sonrisa burlona cruzaba su rostro. De hecho, durante mucho tiempo no habría descanso para ninguno de ellos.


Imagen_1 Friendware: Tabula Rasa y Sarah Morrison

Imagen_2 Friendware: Tabula Rasa y Sarah Morrison

Imagen_3 Friendware: Tabula Rasa y Sarah Morrison

Imagen_4 Friendware: Tabula Rasa y Sarah Morrison

Imagen_5 Friendware: Tabula Rasa y Sarah Morrison

Comenta esta nota de prensa

Más información de Tabula Rasa